Risueño y afable, Daniel Polo (Santa Coloma de Gramenet), de 32 años de edad y seis de experiencia al volante de un taxi barcelonés, se declara abanderado del turismo de cruceros: “Es una fuente de ingresos importantísima para Barcelona y en particular para nuestro sector. A ver quién me rebate eso…”. Al margen de subrayar la más que significativa aportación económica de toda la logística que envuelve a los buques y a sus viajeros (y de la cual ya os hablamos en la entrevista a Jordi Torné en este artículo), Daniel quiere desmontar los prejuicios y diluir las imágenes preconcebidas que en muchas ocasiones acompañan a los turistas que llegan por mar a la Ciudad Condal. “Que nadie se confunda. El cliente de crucero no es un mochilero que solo busca playa, paella y sangría. Tiene un nivel económico y cultural alto. Está informado y quiere conocer, quiere absorber lo máximo que ofrece Barcelona en términos de arte, paisaje urbano y gastronomía en un tiempo mínimo. Así que estamos hablando, indudablemente, de turismo de calidad”.
De abril a septiembre, en época de temporada alta, Daniel siempre baja al Moll Adossat, no sin antes haber planificado su jornada el día anterior. “Por la noche miro la web del puerto y veo cuántos cruceros llegan y a qué terminal”. Él considera que no solo está ganando carreras, que también, sino que está procurando un servicio que ayuda al puerto, al viajero y a la propia ciudad, para que ésta funcione como un reloj y con una movilidad que apuesta por lo sostenible (por ello se hizo con un monovolumen híbrido y ecológico, apunta).Teniendo en cuenta que hay días en que pueden llegar a Barcelona hasta cuatro barcos, se trata de despejar la zona del puerto lo más rápidamente posible: “Yo llego, recojo a los clientes, los llevo al destino que me demandan y vuelvo a bajar. En tres horas ya no queda nadie”, asegura satisfecho por su labor y la de su gremio.
A Daniel (ex oficial de segunda de serigrafía, cuyo empleo quedó herido de muerte tras la crisis, lo que le empujó a subirse a un taxi) y a sus compañeros, el turismo de cruceros les proporciona un sólido sustento mañana, tarde y noche en esos meses en los que media Barcelona queda desierta de vecinos. Además, señala, hay grandes oportunidades que llegan de los buques que atracan llenos de banderines: “Eso significa final de trayecto. Significa carreras al aeropuerto”. ¡Incluso algunos de sus colegas tienen sus navieras preferidas!
Al aeropuerto partió precisamente Polo desde el Moll Adossat en su primera carrera como taxista asalariado, tras recoger a una familia de cruceristas americanos. Ese día, se recorrió las calles Aragón y Valencia durante horas, una y otra vez, pero nadie le paraba (“luego me di cuenta de que estaba circulando por la izquierda, ¡menudo fallo!”, exclama y ríe), así que se fue directo al puerto. Y allí comenzó su trayectoria oficial al frente del taxi y hoy ya tiene su licencia.
“El taxista suele ser la primera persona local con la que se topa el viajero. Por enterado que esté, confía en ti para que le des información ‘real’ y de primera mano sobre cualquier asunto que concierne a la ciudad. Y eso no deja de ser una responsabilidad”, manifiesta Daniel con seriedad. Aunque el cliente haya leído mil veces que la mejor paella de Barcelona se sirve en el restaurante X, quiere que se lo confirme el taxista; si le han dicho que el hotel Z está a tiro de piedra del Parque Güell, necesita comprobarlo con el taxista. Su función va mucho más allá de la de mover personas de un punto a otro de la ciudad. Es un recomendador de primer orden.
De hecho, en cuanto a sugerencias, cada taxista tiene su librillo, basado en sus experiencias personales. En el caso de Polo, cuando le preguntan por la mejor paella de la ciudad, él contesta sin titubear: “Está en el Cheriff”. Lo mismo con la pregunta estrella: ¿Y las tapas más ‘delicious’, céntricas y a buen precio? “En la Cervecería Catalana o en el Ciudad Condal”. Els Quatre Gats lo recomienda Daniel a aquellos que buscan “gastronomía catalana en restaurante emblemático”, y propone el Café de la Ópera para tomarse uno a media tarde a los que requieren “una cafetería distinguida y con historia”.
Por su parte, a su compañero Javier le gusta recordar la anécdota de la pareja de novios ingleses en su primer año de matrimonio: “Me pararon en el puerto y me dijeron que querían ir al Mirablau. Eran muy dicharacheros y hablaban algo de español. Me contaron que se habían conocido en un crucero de solteros y que todo comenzó en Barcelona, en una excursión al Tibidabo. Al llegar a Gran Bretaña siguieron en contacto y, con el tiempo, formalizaron su relación y se casaron. Para celebrar su primer aniversario, decidieron embarcarse en un crucero que hiciera escala en la ciudad, regresando así al lugar donde surgió la chispa. Me pidieron que les dejara en el local y les esperara, que se quedarían a cenar allí. Yo les dije que les costaría un dineral, que mejor les dejaba allí y después,el propio establecimiento podría llamar a un taxi y llevarlos de vuelta al centro.Se negaron, e insistieron en que me quedara. Extraño, ¿no? Pues me pagaron la zona azul y la propina fue de aúpa. Luego me dijeron que la conversación que mantuvimos les hizo confiar en mí… y que únicamente querían pasar una noche redonda sin preocupaciones, solos en el Tibidabo y con vistas a la ciudad en la que se enamoraron”.
Daniel apunta que su inglés “no es de Cambridge ni de Oxford”, pero se entiende a la perfección con todos los clientes que se han subido a su taxi a lo largo de estos seis años. La mayoría son americanos, alemanes e italianos, y los califica de “simpáticos, educados, agradables, amables y generosos”. Jamás ha tenido una trifulca con ellos. Por el contrario, han compartido risas y sonrisas, conversaciones interesantes y constructivas que siempre han llegado, como no podía ser de otra manera, a muy buen puerto.